Por Alejandra Masino y Vanesa Pegoraro
La producción porcina intensiva genera cantidades considerables de efluentes, y su disposición final representa un importante problema ambiental. Aplicaciones no controladas de efluente porcino al suelo pueden provocar, entre otros, excesos de nitratos (NO3-), sales, metales pesados (cobre y zinc), patógenos, compuestos xenobióticos y emisión de gases de efectos invernaderos (Díez et al., 2001).
Cuando el efluente es usado con fines agronómicos puede provocar diferentes impactos sobre el suelo y cultivo, dependiendo del sistema de manejo. Es una valiosa fuente de nitrógeno (N), pudiendo sustituir total o parcialmente la fertilización mineral (Biau et al., 2012). Sin embargo, el mismo es considerado por el productor como un residuo, y no suele reducir la cantidad de fertilizantes minerales cuando lo aplica, utilizando finalmente altas dosis de N ha-1 (Sisquella et al., 2004). Existen cuestiones agronómicas a tener en cuenta al momento de su aplicación, como la superficie agrícola disponible, el tipo de suelo, la profundidad de la napa, el cultivo a sembrar y las condiciones meteorológicas (temperatura, humedad, precipitaciones y radiación solar), entre otras (ASPROCER, 2008).
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